El punto de confort

Quien narra desde dentro de la cocina es sólo un observador. Es la voz que hace el retrato externo, que describe pero también valora: cuando haces un espacio tuyo llegas a un punto de confort y los movimientos dubitativos de las primeras horas ya han desaparecido. Los cuchillos se mueven con más precisión, las herramientas llegan a las manos sin necesidad de preguntar donde se se guardan, el rol está asumido, la entonación afirmativa ha comido terreno a la interrogativa y la inseguridad da paso al confort.

“Luis, gracias por traerme los filetes de pollo para el menú de hoy”, vacila un alumno, José Antonio, al chef Veira, que acaba de llegar de hacer la compra en la plaza de Lugo con Rosalía. Ya tienen puestos los cimientos de la confianza y entre las conversaciones de los trabajadores de Árbore se comienza a escuchar la voz de alguno de los alumnos más tímidos. María Luisa incluso bromea con comerse alguna de las zanahorias que está pelando para la comida mientras, a su lado, Rosalía descubre el trabajo difícil y minucioso de quitar las espinas a los salmonetes. La pelea de José Antonio y Tania es con la masa del pan que cada día amasan en el restaurante y los daños colaterales de tanta energía los sufren las botellas de las estanterías cercanas. Mientras, José Manuel -Piñán, como se presenta él- prepara los tomates para hacer un agua con su sabor y limpia y envasa pescado.

Entra la cámara de televisión en la cocina. A pesar de que habían preguntado por ellas, por las periodistas, para saber a qué hora llegaban, casi no se inmutan. Las tareas siguen bajo la mirada del objetivo pero acaparan las miradas de soslayo y los comentarios de los alumnos. Quieren saber qué día pueden verse, trabajando y aprendiendo, en la tele. 

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